Partido impresionante, agónico, no apto para cardíacos. El Real Zaragoza acabó imponiéndose 3-2 al Mallorca en un choque transcendental para ambos, transcendental para lograr la salvación. El equipo maño tuvo que remontar un 0-1 en contra, pero una Romareda que rozaba el lleno, animó, gritó y creyó, logrando así la victoria.
Como decíamos, los primeros en marcar fueron los mallorquinistas. Hemed remataba una falta de cabeza (min. 11). El pesimismo debió instaurarse en la grada, pero no, "el equipo es la afición" y así quedó demostrado, aunque el juego del Zaragoza no mejoraba, el zaragocismo no dejó de empujar.
En un destello de luz, Víctor Rodríguez, puso un balón milimétrico a Montañés, velocidad pura, se plantó solo delante de Aouate y lo batió por bajo (min. 28). La euforia se traslado a la grada y comenzó el partido de verdad. Pocos minutos después, Pintér por parte del Zaragoza y Alfaro por parte del Mallorca, tuvieron ocasión de poner a su equipo por delante; en ambas ocasiones resolvió el portero.
Hubo que esperar a la segunda parte para ver un precioso cabezazo de Postiga que, aprovechando un centro perfecto de Víctor, ponía al Zaragoza por delante (min. 60). A falta de media hora, el equipo maño se defendía con uñas y dientes. El Mallorca lo intentaba con balones aéreos y tiros de falta.
Cuando se empezaba a saborear la victoria, pasó algo inexplicable. Roberto salió en falso y Paredes dio de cabeza una asistencia perfecta a Aridmendi que aprovechó para empatar el partido (min 83). Sectores de la grada enmudecieron, temiéndose lo peor, muchos con la lágrima a punto de caer. Pero otros no callaron, y siguieron empujando y tirando del equipo.
A dos minutos del final, Rochina recogió un balón que andaba suelto por ahí y avanzó tanto como pudo hasta meterse dentro del área, a pesar del estorbo que suponía la zaga mallorquinista y del poco ángulo con el que contaba, sin pensárselo dos veces, sin tiempo para reaccionar de otro modo y en carrera, reventó el balón con un zurdazo raso ajustado al palo. Nadie vio como entraba el cañonazo, solo pudimos ver un balón dentro de la red. La Romareda estalló. Los cimientos del estadio temblaron. Rochina o La Virgen del Pilar, no importa, el caso es que el balón entró.
El zaragocismo era una fiesta, pero aun quedó tiempo para sufrir. En el último minuto del descuento, Roberto sacó de forma preciosa un balón a córner y, en el mismo córner, hubo gol del Mallorca que fue anulado por fuera de juego.